En 1967, dirigido por Stanley Kubrick, se filmó 2001, A Space Odyssey (2001, Odisea del Espacio), la obra cinematográfica más memorable de la ciencia-ficción. El guión había sido escrito por éste y por Arthur C. Clarke, notable escritor y hombre de ciencia que se había destacado en física astronáutica. Al año siguiente, aprovechando parcialmente el guión, Clarke escribió la novela que luego fue traducida por Antonio Ribera al castellano, con prólogo de Román Gubert para las ediciones Salvat (Navarra, 1970). El reparto del film estaba integrado por Keir Dullea, Gary Lockwood, Leonard Rossitier, William Silvestre y Daniel Ritcher.


La inteligencia del Universo

                Gubern resumió la película de esta manera: “Clarke y Kubrick compusieron una historia que abarca la evolución completa de la Humanidad, desde el proceso de hominización de los primates en algún lugar del Africa hasta el estadio posthumano que alcanza David Bowman al cruzar la Puerta de las Estrellas y que lo conduce, por mutación biológica, a un estadio superior de la evolución”.
                El film lleva implícitas dos hipótesis: la de los extraterrestres y aquella que considera que el Universo está habitado por la inteligencia. Las verificamos en seguida con ese monolito que repentinamente observan los primates (ni monos ni hombres, sino una mezcla de ambos). Este monolito, llegado del espacio exterior, que aparecerá dos veces más, una en un satélite del planeta y otra cuando David Bowman flota ya transfigurado en su mutación biológica, expresa, de alguna manera, que la civilización de la Tierra se debió a extraños signos manipulados por seres que en nada se parecían al hombre primitivo. Es la hipótesis extraterrestre de Robert Charroux (Historia desconocida de los hombres) y Erich Von Däniken (El regreso de las estrellas).
                Una novela corta del mismo Clarke, The Sentinel (1951), que se incluye en el argumento del film, está vinculada con el monolito arrojado desde la Luna para que el hombre–mono tome conciencia de su evolución.
                La otra tesis está expresada por el mismo Kubrick en el reportaje de la revista Positif (dic.–enero 1968–69): “Lo que me ha llevado a elegir este asunto es que muchos sabios y astrónomos creen que el Universo está habitado por la Inteligencia. Lo piensan porque el número de estrellas, en nuestra galaxia, es de cien mil millones, y el número de galaxias, en el Universo visible, es de otro cien mil millones, lo que hace que el número de Soles en este Universo Visible sea de unos cien mil millones de veces cien mil millones”.
                También agrega: “En diez o cincuenta mil años las Máquinas Inteligencias desempeñarán (...) todas las experiencias que las criaturas biológicas puedan conocer (...). En una etapa final se llegará a entidades que tendrán un conocimiento total: podrán convertirse en seres de energía pura, en una especie de espíritus (...) con capacidad para realizar los hechos que se atribuyen a Dios”.
 

El computador HAL 9.000


                El tema principal de 2001, Odisea del Espacio está centrado sobre el viaje de los cosmonautas a Júpiter. Y aquí es donde David Bowman debe enfrentarse con otro protagonista fundamental: el computador Hal 9.000, cuya idea pasa al film y a la novela de otro relato de Clarke: The nine billion names of God (1955), (Los nueve mil millones de nombres de Dios). El argumento incluye la destrucción de la Humanidad. Una empresa norteamericana fabrica para los lamas del Tibet una calculadora electrónica sobre la base de 10 signos que formarían todas las combinaciones del verdadero nombre de Dios. La consecuencia es previsible. Pronunciados los nueve mil millones de nombres de Dios, el hombre paga su soberbia con la desintegración del mundo.
                HAL 9.000 es una máquina inteligente. Se autodetermina y puede prever un error de cálculo o el peligro de los tripulantes que conduce la cosmonave a través de los espacios siderales. Es como un ser humano, con sus reacciones peculiares, que dialoga con David Bowman y hasta se enfurece. Pero su acción será siempre providencial. Su inteligencia, casi absoluta, está hecha para proteger al hombre. Clarke, en la novela, la describe así (III, 16):
                “Sea como fuere, el resultado final fue una máquina–inteligencia que podía reproducir (...) la mayoría de las actividades del cerebro humano, y con mucha mayor velocidad y seguridad.
                HAL había sido entrenado para aquella misión tan esmeradamente como sus colegas humanos... Y a un grado de potencia mucho mayor, pues además de su velocidad intrínseca, no dormía nunca. Su primera tarea era mantener en su punto los sistemas de subsistencia, comprobando continuamente la presión del oxígeno, la temperatura, el ajuste  del casco, la radiación y todos los demás factores inherentes de los que dependían las vidas del frágil cargamento humano. Podía efectuar las intrincadas correcciones de navegación y ejecutar las necesarias maniobras de vuelo cuando era el momento de cambiar de rumbo. Y podía atender a los hibernadotes, verificando cualquier ajuste necesario a su ambiente, y distribuyendo las minúsculas cantidades de fluidos intravenosos que los mantenían con vida.
                “Pool y Bowman podían hablar a HAL como si fuese un ser humano”.

                El final ya lo conocemos. David Bowman y los suyos han ganado el espacio. El ha cumplido su conquista. Pero no muere en la suite del hotel en que se aloja después de la odisea. Regresa en el tiempo. Ve el monolito de los extraterrestres. Cuando cierra los ojos para sumirse en el sueño, se transfigura biológicamente.

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