LUMINOSIDAD Y SOMBRA:
“Entonces dijo la voz:
“Entonces dijo la voz:
EL poema
de Bajarlía es una poema de la luz. Está arrancado
al caos (“de esta parte del caos hay barro y luz”) y construído bajo una elección lumínica: “si algún día te ofrecen una opción, no pidas
el deseo. Pide la luz”. “Entonces dijo la voz:
Sin
embargo es la sombra, partenaire de lo abierto, la que atrapa esa delegación,
figurando ese otro de rostro borrado. Un sonido pleno de silencio que
no deja de tener resonancias éticas y vitales. Madariaga culmina su prólogo al “Poema...”, con unas entrañables líneas de Bajarlía: “la poesía (¿quién la vió?) no tiene rostro, pero tiene una voz que nos da
sombra...”. Rostro, voz, sombra,
todas imágenes puras, secas, consistentes, pero también conductoras de
la probabilidad de resbalar hasta el equívoco. Sería un error, un espeso
malentendido, traducir voz, rostro o sombra al lenguaje coloquial. No
son parte de un léxico para entendernos, sino vocablos que asoman en la
boca del poema. La voz es la autopresentación de su sonoridad. El “rostro”
lo que en ella queda oculto. Y la “sombra” lo que estima que la palabra
poética no acaece sin consecuencias notables para la lengua y los usos
donde ella se injerta.
“Entonces dijo la voz: La luz
y la sombra vienen adheridas, en el poema, a lo que yo llamaría voluntad de forma (“yo pondré la voluntad”,
“tendrás mi voluntad”), que deposita necesariamente el deseo “en el fondo
de la bolsa”. Desde aquí el nudo de los contrarios desliza una exigencia estilística: la debilitación
sistemática de la metáfora, que Bajarlía reduce
al mínimo con su paciente orfebrería de la imagen. Y es que en ese forcejeo
limitado y limitante que aflora la imaginación poética, imaginada en cada
línea, “la imaginación que crecía en los límites”. Surge nuevamente la
cautela de los contrarios. No pueden ser una sin otra, pero tampoco sin
sus diferencias. La metáfora tiende a capturar la expresión en el vuelo
de la palabra, mientras que la imagen testimonia la activa sensibilización
de los objetos, “un pez inició la rebelión de sus aletas”, “avanzó por
la línea enrarecida”, etc, son los leves efectos metafóricos que esta prudencia
del lenguaje se permite. Quizás ahí asome el juris–prudente que Bajarlía también es.
“Entonces dijo la voz:
Entonces,
entonces... Me interesa la reiteración de este entonces fuera de toda condición (sí... entonces), de una eventual
conclusión (entonces tal o cual cosa), tramado con tres sucesos –cibernético, heraclíteo y dos historias–
que no son sucesivos. Por el contrario, destilan
tiempos conjuntivos (cíclico, simultáneo e infinitivo) que duran en el acto de la construcción poética. Entonces... sabemos que la unidad de los contrarios –plasmada en el
“suceso heraclíteo” –, es lo que sucede repetidamente una y otra vez, que el enlace de seres y estados
diferentes es tiempo, porque el tiempo tiñe la clave agónica de la coincidencia.
“Entonces dijo la voz:
El tiempo como impulso diluido consuma
un ciclo, pero justo en el punto paradojal del “cuando todo sea”, ya que
“todo” no puede ser. En ese límite se torna visible “la imaginación que
crecía”, rebasando sus imágenes. Lo que se diluye es lo mismo que abre el ciclo en sus entrañas, no le permite el cierre.
Hélice que dispersa la clausura en el viento, no regodeo en el círculo vicioso. Y esto lo muestra el crescento en el poema, un vehículo de su realización. “Entonces dijo la voz”,
“dijo la voz”, “dijo la voz”. Se trata de una anáfora (temporal) intensiva. Entonces, ¿qué dijo finalmente la voz?. Estampó: “yo soy el que estaré”. Y el poema vuelve a principiar.
“Yo soy el que estaré”, magnífico colofón., porque “lo que dura es obra
de poetas”, anunciaba otro grande. Y no dejará de durar, porque ahora
sabemos que el “Poema de la creación” es indiscernible de la creación
del poema.
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